La gravedad de sus palabras finales
me ahogaron en la indecencia mental.
Era un enajenado antes de conocerla,
pero fue ese punto final (y la posterior culpa)
la confirmación, la resolución oficial.
El lienzo echado a perder tras ¿cinco, siete?
¿cuántos fueron? Trazos de inspiración, de color,
de dolor que amalgamaron resentimiento,
arrepentimiento: cuadro infértil, quieto, azul.
He vuelto a esa instantánea fotográfica,
a ese puñal oxidado, contaminante,
porque el eco de esos (sus) versos definitivos
volvieron para quedarse y atormentarme.
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