Ted deambula el habitáculo hurgando los enseres de la mente:
el souvenir carnal del último asesinato, el vil espectáculo brindado,
el cruel devenir de un siniestro sendero, de lucidez ausente;
Ted deambula el espacio confinado esperando el final ¡anonadado!
Ted se desdibuja entre los barrotes, entre el gentío y la fecha de caducidad,
sus manos perfilan el óxido mientras clama al viento influir... ¡una señal!
Ted pierde la calma, la cordura (?) puede sentir como florece la animosidad:
¡la sociedad culpable de grito y encargo! Ted sabe que la luz no llega a su ventanal.
Ted oye a la comitiva con lento andar, que cual horda justiciera escolta
al verdugo vestido de noche -guadaña en mano- ensalivando la comisura.
Ted observa que el reloj en su muñeca ya no marca la hora, ¡ya no hay vuelta!
frustrado [y acorralado] Ted golpea sus sienes con virulencia, odiando con bravura.
Ted recibe al séquito mortuorio en el umbral de su celda. Éstos notan la bravata
del reo condenado que finge compostura, recuperar la imagen de cínico superado...
decepcionados, murmuran que el monstruo, viéndose a salto de mata,
padece los síntomas mundanos, previsibles del hampa sentimental: el amor le fue negado.
Ted sopesa el murmullo ajeno con hiel en los labios y la vida en pliegues,
contabiliza los pasos [uno, dos; uno, dos] sincopando el ocaso de sus latidos:
¡finalmente ha llegado a destino! Ted mira al verdugo blandiendo la guadaña a sus pies,
cortando el aire denso que le rodea, aproximándose con sigilo, adentrándose en sus miedos.
Ted ensaya un discurso para el auditorio: demanda clemencia a cambio de información.
Las autoridades inmutables miran la exhibición con desdén; oyen indiferentes la perorata intrascendente
del asesino consumado, aferrado a la pena capital, al mandato soberano de difícil evasión.
Ted retuerce su cuerpo aprisionado a la madera, vituperando a los testigos, ruin y beligerante...
Ted apacigua la ira y frustración cuando escucha que el verdugo obtiene la venia oficial.
Nervioso, aferra sus manos a los respaldos: contrae los glúteos, respira apresurado ¡el asesino late!
sumido al monólogo interior, inquiere (por única vez) sus recuerdos descubriéndose siempre en un arrabal:
dos mil voltios arremeten -sin aviso- el cuerpo rígido de Ted exhalando la bocanada final... ¡Jaque mate!
No hay comentarios:
Publicar un comentario